Friday, May 12, 2006

 

Interregno (sub clusters) 2

Sara seguía hablando sobre Messiaen y de cómo el joven Eusebio había conocido a esos dos músicos. A ella le gustaba la historia porque esos autores estaban desaparecidos de la escena musical ahora, e incluso pensaba que en ese entonces tampoco eran muy atendidos. A Sara mientras más intrincado fuera algo, más le llamaba la atención. De eso me di cuenta cuando saltaba de un lugar a otro en el relato. En un moment era Eusebio en la tienda de música y su primer acercamiento a la música dodecafónica, después eran anécdotas: cómo él había optado abandonar la Escuala Nacional de Música por presión de los profesores que lo creían poco ortodoxo para la heterodoxia de la época; las actrices que había conocido en la XEW haciendo jingles con Salvador Novo.

Ella, libro en mano, me mostraba las fotos de la época y los actores, a Eusebio junto con mujeres que no dejaban de ver a Agustín Lara, perfiles de hombres de menos de veinte años que deseaban crecer mirando a lo lejos como si de esa esquina en lo alto pudiera aparecer la última experiencia que los haría fuertes, mujeres con brasieres puntiagudos y el vestido largo, cinturas de avispas, flashes muy cerca de los rostros.

Cuando Sara me decía mira ven, ve esto, yo me acercaba un poco más para oler su perfume, pero no distinguía ninguna fragancia artificial sino un olor dulce y caliente. Yo afirmaba ante cualquier pregunta, decía sí pus sí, cuando no sabía qué responder, pocas veces me había sorprendido mi docilidad, aunque jamás había tenido el carácter pesado.

"Y a todo esto", logré salir del encanto cuando me vio de pronto mirando muy fijamente sus muslos, "¿qué tiene que ver la XEW con el prendedor que me regaló Lucía". Entonces se levantó, me dijo ah, verás, y pude ver el culo duro en los pantalones embadurnados y la espalda baja que sudaba un poco por el asiento de piel, llegó a otro librero y sacó un libro más. Pasó las hojas mientras se acercaba de nuevo al escritorio, se sentó junto a mí y apuntó a una foto. "Para mí no significa mucho, ¿quiénes son esos hombres?", dije, luego, riéndo un poco, apuntó al pie de página. Ahí me enteré de que los hombres eran el grupo de musicalizadores de la XEW. Después de una pequeña historia de lo tan unidos que eran y los prendedores que los distinguían de todo el staff (aunque no se les llamaba así a sazón), un enunciado: "El grupo se desarmó en los primeros meses por el comportamiento de algunos miembros". Me dijo que mirara bien los nombres, que esta era la primera parte de la historia, lo demás lo haríamos en otro lugar. Los hombres eran jóvenes, pero se distinguía un hombre más viejo que el resto, un poco fuera de lugar entre los chamacos vestidos de grandes. Parecían más felices que los de otras fotos, incluso que ellos mismos en fotos anteriores, como si de pronto se hubieran enterado de algo que les traería más réditos que a los demás, un rédito sordo o ciego, si se puede.

Cerró el libro y me ofreció algo de beber. Yo no comprendía el enredo. Sara no sólo saltaba de aquí para allá para contar la historia, sino que no era muy buena manteniendo el suspenso, y se lo dije. "Qué bebé tan delicado eres, ¿quieres saber el resto o no?". "Sí, sí", dije, con tal de pasar más tiempo con ella. Salimos.

-¿Y tú qué? ¿Tienes mujer?
-Tengo amigas -dije mientras esperábamos las cervezas.
-Amigas... no me gusta esa palabra, no me gustan los eufemismos, no me gustan las mentiras.
-No te han de gustar muchas cosas.
-¿Y eso qué quiere decir?
-Nada, que tienes un carácter horrible.

Cuando llegaron las cervezas dos mujeres entraron al lugar. Las miré mientras Sara hablaba de sus padres asfixiantes, según ella. Las dos parecían hambrientas, vestían ropas limpias pero un poco viejas. Dos hombres se acercaron a ellas después de unos minutos, cuando Sara hablaba ahora de sus hermanos fuera del país (uno en Argentina, otro en Canadá). Los hombres eran grandes, viejos, quiero decir, y hablaban con una soltura que yo tendía a envidiar. Los hombres maduros son atractivos a las mujeres porque tienen dinero. Los hombres jóvenes son atractivos si tienen suficiente dinero. Si una mujer no es atraída por un hombre con dinero, no tiene ambición. Puede que le atraiga un hombre con mucha energía, que manotée mucho y mire a todos lados, eso es por razones biológicas. Si la mujer no es atraída por ese tipo de hombres, posiblemente es una mujer que desea alguien tan insatisfecha como ella para no sentirse peor. Los gustos de los hombres son más burdos y menos sujetos a lucubraciones. Los hombres somos un poco lurdos.

Las mujeres sonriéron apenas, lo suficiente como para asentir que se les unieran los señores. Mientras pedíamos las otras cervezas (Sara bebe rápido, yo tenía que seguirle el paso), la mujer más hambrienta pidió la carta y señaló muy rápido algo en ella. La otra lo hizo con más calma. Sara me dijo que si no le estaba prestando atención, que qué demonios miraba con tanto interés. Le dije que sí la había escuchado, repetí el último enunciado que dijo y le aseguré que eso tenía que ver con algo que había leído en alguna parte, cite el libro, del cual realmente sólo había leído un capítulo, y le di más cuerda para que siguiera hablando.

Sara me dejó en casa. Le pregunté qué era lo que seguía en la historia de Eusebio. Me dijo que eso lo sabríamos en la hemeroteca, mañana, porque los recortes de periódico los había perdido en la mudanza, pero yo no recordé qué mudanza me había contado. Le dije que cuando quisiera. Nos despedimos. Cuando dio la vuelta en la esquina, caminé hasta la tienda.

La dependiente era una muchacha que apenas unos meses atrás seguía usando un jumper con florecitas. Le pedí un refresco y un paquete de chicles. Has crecido muy rápido, le dije mirándola a los ojos, me acuerdo que hace unos meses apenas alcanzabas ese estante. Sí, me dijo, río un poco y bajó la mirada casi imperceptiblemente. ¿Vives aquí? No. Dónde vives. A dos cuadras, pasando las películas. ¿Te gustan las películas? Sí. Qué películas. No sé. Deberías saber, ¿qué has rentado? Los cazadores de novias. ¿Es divertida? Sí, hay una chava que está loca, no la quise ver con mi mamá.

Abrí los chicles. Le ofrecí uno. Metió el índice y el pulgar a su boca y sacó un dulce gastado color azul. Comenzó a darle a la goma de mascar. Puso las dos manos en el mostrador y una sonrisa desde las tres primeras películas que mencioné.

Escuché que en la calle una pareja se peleaba. Jose me dijo que no les hiciera caso, que así era todas las noches con esos dos frente a la tienda.

 

Interregno (sub clusters) 1



Jacobo Kostakowsky

Cuando Sara me aseguró saber algo del prendedor, no pude menos que tomarlo como imbécil y verlo de nuevo. Yo no sé de dónde es, le dije, me lo regalaron. Sí, pues es una reliquia, pero de esas que a sólo tres les importa, ¿quién te lo regaló? Lucía Hernández, la esposa de Eusebio Hernández. ¿Conociste a Eusebio? Sí, fue mi maestro. Sara aligeró el rostro y la vi sonreír.

Hablamos un poco más sobre mis años con Eusebio y los autores que me gustaban, algunas cosas de Mahler y otras de Ligeti. Jamás me hubiera atrevido a hablarle de Marvin Gaye o James Brown y el break beat, ni siquiera de mi fascinación por John Bonham tocando "Moby Dick". Esa tarde la escuché hablar de sus gustos musicales y de la necedad de sus padres por hacer de ella una concertista aclamada. A ella le daba más por la danza y las matemáticas, por lo que prefría pasar tiempo con programas de algoritmos y libros de acústica y en el taller de Danza de la Universidad, nada más de visita. Yo no entendía nada, menos por pensar el 90 por ciento del tiempo en el culo que se balanceaba junto a mí mientras yo atendía el suelo para distraer mis erecciones. Al llegar al estacionamiento me dijo que podía enseñarme de dónde era el prendedor, que le había caído en gracia que me gustara Ligeti. Yo dije que me encantaría, aunque bien pude haber ido a preguntarle a Lucía.

Cuando llegamos a su casa me sorprendió el frío, como si nadie viviera ahí. Nos dirijimos al estudio de su padre y me contó la historia.

Eusebio había trabajado en su juventud como escritor de jingles en la XEW cuando comenzaba. No le pagaban mucho pero conoció a mucha gente. La cafetería de la estación parecía de repente una reunión importantisima de músicos y escritores que de vez en cuando terminaba en uno de los dos estudios con nombres que parecían sacados de algún libro de caballerías: el Azul y Plata y el Verde y Oro. Alfonso Reyes, que escribió algunas cosas para el radio, creía que la música del joven Eusebio era muy violenta; a Silvia Pinal le caía en gracia que de pronto fuera sus ritmos fueran tan cortantes como si saltara de un lado a otro nada más para ver qué pasaba.

Eusebio no tenía idea de lo que hacía hasta conocer a Jacob Kostakowsky, uno de los músicos disidentes de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, en una rara ocasión en que el ucraniano abandonó la disciplina de su trabajo para acompañar a José Pomar a una tienda de música que aún sobrevive en la calle Bolivar del Centro. Los dos señores vestían de negro impecable y revisaban las partituras recién llegadas. Del pequeño atado Jacobo sacó una. Hablaron un momento con el dependiente y se acercaron a un piano. Kostakowsky abrió el cuadernillo y ojeó un momento con el índice. Comenzó a tocar una pieza que parecía sacada de la pesadilla de un hermitaño, donde la tranquilidad bastaba para ahuyentar a las bestias en lugar de calmarlas. Eusebio se acercó tímido y el dependiente le dijo con la mirada que eso era más importante que algo, pero el joven músico no supo qué. Al terminar ese fragmento los dos viejos asintieron, Pomar con la mano cerrando la partitura. Este Messiaen sí tiene problemas, dijo Jacobo, y pasó los ojos a Eusebio como sorprendido de que no hiciera muecas. ¿Te gusta, muchacho? Sí, dijo Eusebio. Míralo. Con letras verdes en papel amarillento, el título: Amen de l'agonie de Jésus.


(Cage, O. Messiaen y Boulez)

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